sábado. 20.04.2024
Ricardo Flecha ante una de sus obras

Un hermoso crucificado, con el sello personal de su autor, nos recibe en el escaparate de la Galería Espacio 36 coronando las herramientas de quien esculpe, de quien talla y trabaja la madera hasta darle vida. El labrado de la forma y del alma. Traspasar las puertas de la sala es adentrarse en el mundo mágico, casi místico de Ricardo Flecha.

Los picados de lana oscura sobre el paño pardo de la capa de honras alistana, los rostros curtidos, las manos rudas que sostienen velones o faroles de pajar para alumbrar a Cristo en las procesiones y solemnidades; el movimiento del Zangarrón de Sanzoles con sus colorines y sus vejigas para azotar; el sonido antiguo y oscuro de una gaita del Aliste, el leve roce de la túnica de laval negro en la madrugada del Viernes Santo, la silenciosa petición de un Conquero por las calles de Toro, el etéreo Barandales que tañe siempre en bronce las campanas por la ciudad... la exposición de Ricardo Flecha, que se clausura mañana, es un repaso por las raíces profundas del pueblo zamorano, por la cultura que pervive en el medio rural, por la religiosidad y la tradición, por los resquicios de un tiempo condenado a desaparecer que se resiste a morir. 

Piezas de mediano tamaño conforman el grueso de una exposición en la que Flecha muestra con autoridad su oficio con la madera, quizá su vehículo más directo con el alma. También están presentes en la muestra una reproducción en bronce de su "Cristo en brazos de la Muerte", obra procesional en Medina del Campo, así como la campana del Barandales o un Merlú. En blanco, rompiendo las policromías pardas y el bronce, destaca su cofrade de Bercianos de Aliste, penitente con su último hábito, con la mortaja que ha de envolverle en la tierra, reproducción del monumento instalado en la localidad.

La obra de Ricardo es versátil y fecunda, aunque siempre con el personal sello de quien da forma y vida a la materia. Aunque el poso de la madurez es notable, algo pervive de aquel joven en cuyo estudio siempre olía a serrín y a cola, a madera, a una pasión como forma de vida; aquel joven que deslumbró con sus cristos desnudos y el magnífico sepulcro de Fray Munio, con sus vueltas de tuerca en la imaginería con un concepto escultórico, rompedor y a veces provocador. Ahora Flecha se reencuentra con la tierra, con las raíces, con la voz antigua de Zamora, con las gentes y personajes que la habitan desde tiempos inmemoriales.

La exposición será clausurada mañana y podrá ser visitada hoy hasta las 21.30 horas y mañana de 12 a 14 horas y de 18 a 21.30 horas. Quienes aún no lo hayan hecho tienen aún tiempo para acudir al encuentro de la obra de Ricardo Flecha en Espacio 36 (calle San Andrés) y desentrañar el lenguaje de la madera según sus manos.

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Ricardo Flecha, el lenguaje de la madera