Pereruela es ya un pedacito de Sayago y de su penillanura granítica. Granito que aflora entre sus casas haciendo al pueblo destacable por su alfarería. Todos los años en el Domingo de Carnaval, a las cinco de la tarde van llegando todos los personajes de la tradición y el Obispo, acompañado de un monaguillo que porta un calderín de agua a modo de acetre para echar bendiciones a la gente, abren la ceremonia.
Tras la apertura de la ceremonia, dos Vacas Antruejas siguen al Obispo y al monaguillo. Una de las Vacas es más pequeña que la otra y son portadas siempre por niños representando a la vaca de estos que antiguamente aparecía el domingo de Antruejo, y la de los mozos, que lo hacía el Martes de Carnaval.
Las vacas son acompañadas por: un Sembrador que, con una alforja al hombro, va echando paja por las calles; unos Gañanes que tratan de dominar a las vacas con un palo; y un niño que porta un Pelele a su espalda semiabrazado a su cuello. Cerrando esta comitiva, aparecen unas mujeres vestidas con el traje tradicional cantando al ritmo de la flauta y el tamboríl.
A la llegada a la plaza, el Obispo echa una predicación con unos pareados en rima consonante tras los cuales se hace un recorrido por el pueblo hasta volver al lugar de origen, donde comienza el ritual: el Sembrador llena el terreno de paja a modo de semillas; la Vaca, dirigida por el Gañán, simula arar la zona; comienza a sonar la música y bailan las mujeres, entonces la Vaca, con intención de crear un ambiente de caos y desorden, comienza a meterse entre los danzantes y hace ademán de levantar algunas faldas. Entra en escena el Pelele que, tras la persecución, cae y es corneado por la Vaca. Despúes el Gañán coge una muleta y torea a la Vaca hasta su muerte. La representación termina con un cortejo fúnebre formado por las lloronas y el Obispo, que tras un jocoso miserere, pide siempre limosna.