jueves. 25.04.2024
Un momento del paso de la procesión de las Siete Palabras en la noche de ayer

La Hermandad de las Siete Palabras recupera el rezo por un hermano en la Plaza de Viriato.

La Hermandad Penitencial de las Siete Palabras realizó anoche su salida procesional. A las doce en punto sonaban como siete disparos al corazón los siete toques de tambor mientras se abrían las puertas de Santa María de La Horta y salía el Cristo de la Expiación para contemplar, desde lo alto de la Cruz, el paso de todos sus cofrades antes de que sus hermanos de carga lo alzasen sobre sus hombros para subir hacia la Plaza de Viriato, donde tuvo lugar el rezo de las Siete Palabras.

Una hora antes en la iglesia, de puertas adentro, comenzaba la misa de hermandad, presidida por el obispo, que prometió volver todos los años mientras Dios le dé salud, con voces nuevas en los cánticos de siempre de ese coro parroquial que dirige Mercedes sostiene los corazones en los momentos previos a la procesión, cuando los recuerdos se agolpan y cada cual se encomienda a los suyos. Venid a Mí, que yo os aliviaré.

Los hermanos de paso, junto al Cristo, se abrazaban en el reencuentro y se deseaban buena procesión. Arrimando el hombro, desde el otro lado de la vida, Fernando, más presente que nunca en una noche de emociones encontradas que cada año suponen un peso añadido bajo el paso, en las penitencias, en el hachón. Y tras el Crucificado, en el lugar de honor que ocupan los que un día rezaron a sus pies y le acompañaron desde la fila, los que ahora hacen procesiones en algún lugar que llamamos cielo. Van con nosotros. Son en nosotros. Eso también es hermandad.

El abad, José Tomás, tuvo unas palabras de recuerdo para los que faltan y recordó a los hermanos que la cofradía recoge este año velas para enviar a las misiones, para que este Cristo zamorano, el Dios vivo de todos, sea la luz que ilumine al mundo.

Entonces las puertas se abrieron y Dios se abrió paso entre la marea de caperuces verdes que convierte la iglesia de La Horta cada Martes Santo en un bosque de cipreses que apuntan a lo alto, en la memoria de los que descansan, en el recuerdo de los que año tras año van faltando, para que el eco de sus voces resuene en el silencio de todos, en las siete últimas palabras de Cristo.

Breves y hermosas fueron las reflexiones de Manuel Rodríguez, ex abad de la Cofradía, en la Plaza de Viriato, mientras el Crucificado avanzaba y pasaba ante los siete estandartes de las siete últimas palabras. Los brazos para entonces ya dolían, o a lo peor lo que dolía era el alma, que a veces también duele aunque no se vea, aunque sea intangible.

El viento en algunos tramos de la procesión multiplicaba la penitencia de los portadores, que elevaban la vista al cielo para ver una luna que ya va redondeando, la primera llena de la primavera, que anoche iluminaba las calles de La Horta, las viejas piedras de Viriato, las aguas del Duero junto al puente por el que unas horas antes habían pasado Cristo y su Madre.

Y después, ya en el tramo final, el camino de retorno a la iglesia en la intimidad de las calles de los barrios bajos, a solas, con un puñado de vecinos asomados a las ventanas, antes de que los pequeños Cristos y las palabras esperasen al Cristo de la Expiación junto a la puerta y los hermanos de fila hiciesen un pasillo luminoso y silente para despedir al Crucificado.

Las puertas del templo se abrieron y el Cristo fue devuelto a su barrio a sus vecinos. Los tambores sonaron como siete disparos al corazón. Está cumplido.

Galería de Rafa Lorenzo

Está cumplido