jueves. 28.03.2024

La Hermandad de Jesús Luz y Vida honra a quienes hicieron posible la Semana Santa frente a los muros del cementerio.

Todos tenemos un muerto al que rezar en San Atilano. En estos días de muerte hay un Dios vivo que se alza sobre los hombros de sus cargadores, sobre la tapia del cementerio, sobre el silencio de las tumbas. Hipólito Pérez Calvo lo talló así, en pie, con las manos abiertas, prometiendo Luz y Vida a su paso, bendiciendo.

A las ocho de la tarde en una tarde de luz y primavera esplendorosa se abrían las puertas de la Catedral y la Hermandad de Jesús Luz y Vida alzaba a su titular para descender hacia el cementerio recuperando su itinerario original por la puerta y el arco del Obispo y descendiendo por las Peñas de Santa Marta. Allí sus cargadores hacían un esfuerzo casi a ras de suelo para superar el arco –primero, al brazo, luego agachados, después al brazo y de nuevo al hombro- y portar después a su Jesús majetuoso, como un inmenso navío que atraviesa el Duero en la noche del Sábado de Pasión.

El camino es largo cuando la ciudad va quedando atrás, cuando los hermanos avanzan hacia la otra orilla que es la frontera de la muerte, la tapia del cementerio, el silencio sobrecogedor al otro lado. Allí reposan los que hicieron posible la Semana Santa, todos los que amamos, los que nos dieron la vida de sus manos y la luz de sus ojos. Y Zamora hoy vuelve la vista hacia ellos con el Jesús vivo de Hipólito, el que camina sobre los hombros de los hombres y de las mujeres, el que permanecerá vivo para cumplir la promesa, para asomarse el Sábado de Gloria después de la Vigilia Pascual al mirador del Troncoso después de vencer el dolor y la muerte. Desde allí mirará a todos nuestros muertos con la promesa cumplida.

Las esquilas del Barandales y el lamento de la música de Petit interpretada por el cuarteto de viento precedían hoy su paso por las calles mientras el coro entonaba el salmo desde lo hondo, el De Profundis compuesto por Jaime Gutiérrez que surge de los corazones, que clama, que reza, que llama con los nudillos de las gargantas a las puertas de los cielos. Escúchanos.

Representantes de las distintas cofradías han participado en el acto oración en recuerdo de quienes hicieron posible el milagro de la Semana Santa mientras la noche se cerraba sobre el cementerio envolviendo de oscuridad el camino de vuelta, casi en soledad y con el rezo cumplido cuando los cargadores musitaban un padrenuestro en la puerta del cementerio por todos los que allí duermen, Fernando siempre con nosotros. Atrás, en el crucero, una corona de flores blancas era memoria, beso y caricia para todos los que hemos querido que ya reposan.

Después, a lo lejos, la torre de San Ildefonso es como un faro que luce para conducir a buen puerto al paso, que asciende por la cuesta del Pizarro dejando atrás el Duero y el duelo, ganando una bocanada de aire en cada palmo. Y el descanso en la plaza de los tilos, la de Las Marinas, junto a la iglesia, ya cerca de la Catedral donde espera siempre vivo y en luz el Jesús de la Luz y de la Vida, el de los vivos y el de los muertos, que volverá a alzarse sobre nuestras cabezas cuando las campanas de las iglesias anuncien la Resurrección.

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Fotos: Marcos Vicente

Desde lo hondo