jueves. 18.04.2024
Capas Pardas

La Hermandad de Penitencia acompaña al Cristo del Amparo desde el paño pardo de la capa ceremonial de Aliste

Era la media noche en la Plaza de San Claudio de Olivares, el barrio que saluda cada mañana el Duero. Una plaza de pueblo enclavada junto al río para una procesión de pueblo, la del barrio, la de los hombres que visten la capa de honras de la comarca alistana, que adornan a su Cristo con unos cardos y una calavera a sus pies y lo iluminan con un humilde farol de pajar.

En el templo, el eco de los rezos antiguos, de las letanías de verdad y pueblo. Y después, cuando se abrieron las puertas, el sonido de las matracas evocaba los Oficios de Tinieblas tras el pendón morado que abre la procesión seguido de la Cruz Guía. El lamento grave y lúgubre del bombardino retumbaba contra las piedras y las aceñas, tan cerca del Duero, acariciando el alma de los hombres, pellizcando dentro, donde más duele.

Eran las doce de la noche. La Hermandad de Penitencia iniciaba su recorrido para subir por la Cuesta de Pizarro hacia el casco histórico y rezar el Vía Crucis a su paso por el arco de San Ildefonso, donde se concentraba numeroso público -algunos llevaban desde las diez y media de la noche guardando sitio para presenciar la procesión en primera fila- ávido de captar la instantánea, el esfuerzo de los cargadores para atravesar con una precisión casi milimétrica el arco que une el antiguo palacio de los Garcigrande con la iglesia arciprestal.

Allí, en la plaza de los tilos, hubo un emocionado recuerdo para el recientemente fallecido Benito Peláez, párroco emérito de San Ildefonso, quien durante tantos años realizase el rezo al paso de la procesión recordando las estaciones del dolor en el camino hacia la Cruz.

La música del cuarteto de viento precedía el paso del Cristo del Amparo, el del manojo de cardos y la calavera a sus pies enclavados al madero. El Crucificado de Olivares, de autor anónimo, hermoso rostro y humilde factura. Un Cristo de pueblo para una procesión de pueblo, evocando la estampa rural de la comarca alistana con su capa ceremonial, la de los entierros, bodas, procesiones y solemnidades.

Después, en el camino de retorno al barrio, la luna dejaba su estela blanca en el río y la madrugada se echaba encima con el rumor del agua y la ciudad mirando ya hacia la orilla izquierda, de donde mañana partirá con la luz de la mañana la Virgen de la Esperanza.

Junto a la puerta de San Claudio esperaba el coro de la hermandad, que entonó el Miserere Alistano a modo de despedida mientras el crucificado avanzaba por la plaza, cerca del crucero de piedra, y los hombres cantaban el salmo del arrepentimiento en la voz llana del pueblo. "Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí".

"Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí"