viernes. 29.03.2024
Canto del Miserere en la plaza de Viriato.

La ciudad se sobrecoge con el cántico del Miserere al paso de la imagen de Jesús Yacente

Eran las once de la noche y las puertas de Santa María se abrieron con puntualidad milimétrica. Tanta, que aún estaban el Nazareno y la Dolorosa de la Vera Cruz (que hacía su entrada en el Museo a las 23.08 horas) en la calle cuando todo se apagó y traspasó el dintel de la iglesia la cabecera de la Penitente Hermandad. Con impecable orden, en fondo de tres, comenzaban a salir los cofrades de Jesús Yacente, impresionante talla barroca de Francisco de Fermín, uno de los discípulos aventajados de Gregorio Fernández y una de las imágenes que mayor devoción despierta entre los zamoranos.

Con gesto dramático, pero sereno en su agonía, Jesús Yacente pasaba por las calles a hombros de sus cargadores para descender por las cuestas hacia los barrios bajos, cerca del Duero, en unas humildes parihuelas, sobre la sábana blanca que ya anuncia la muerte.

Altos caperuces blancos sostenían la noche, y la luna en lo alto iluminaba el camino de los penitentes, que portaban hachones con cirios rojos encendiendo la noche, iluminando las calles estrechas del recorrido. Pies descalzos y silencio, mucho silencio, al paso del cortejo, cuando Zamora honra en la intimidad a Cristo en la hora de su muerte y lo arropa desde las filas y en las aceras.La imagen de Jesús Yacente, al paso por la plaza de Viriato.

El sonido del viático anunciaba su paso por las calles como quien avisaba de la presencia de un moribundo. En cojines de terciopelo morado, dos niños portaban los símbolos de la Pasión, la corona y los clavos. El sonido de los hacheros contra los empedrados y el arrastrar de las pesadas cruces de la mayordomía y la penitencia marcaban los latidos, el ritmo de la procesión.

El cortejo avanzaba por las calles, mostrando la cercanía de un Dios humano en la antesala de la muerte, abandonado ya su espíritu, a caballo entre el mundo y la nada, con un realismo que sobrecoge a quien presencia su paso. Por la tarde, la gente pudo besarle los pies en la iglesia de Santa María la Nueva, ya recuperada como sede de la cofradía tras la profunda restauración efectuada dentro del plan Zamora Románica.

Y así llegaba la madrugada. En una Plaza de Viriato abarrotada de gente esperaba el coro de la hermandad, integrado por 300 voces graves. Los hermanos cantores, que desfilan en la cabecera de la procesión, ya se habían incorporado al resto del grupo. Entonces las luces se apagaron y sus gargantas se unificaron en el cántico del Miserere, uno de los momentos más significativos de la Pasión que se ha convertido con el paso de los años en una vivencia imprescindible para todo aquel que quiera conocer la Semana Santa zamorana.

Cristo Yacente avanzaba entre las filas de los cofrades mecido por el salmo del arrepentimiento y la ciudad callaba a su paso y rezaba, porque es imposible no rezar en la madrugada del Jueves Santo ante la imagen más humana del Hijo de Dios, con apenas un hálito de vida entre los labios.

Finalizado el rezo, Jesús Yacente emprendió el camino de regreso hacia Santa María la Nueva. Allí, una vez cerrados los portones, comenzaba a trazarse el camino hacia al Calvario, hasta las mismas puertas de San Juan. A lo lejos, en los barrios de Zamora, sonaba ya el Merlú.

Secundum magnam misericordiam tuam