jueves. 18.04.2024

Periodistas de provincias, periodistas de trincheras

Tuve la suerte de ejercitarme en un periodismo que no se aprendía en las facultades: el de los cierres a altas horas de la madrugada mientras las linotipias escupían plomo fundido, el del olor a papel y las manchas de tinta en los dedos. El de las teclas de la máquina de escribir perforando las tardes y el humo del tacabazo espesando el aire hasta hacerlo sólido, la nicotina amarilleando los puños de las camisas blancas, la radio con el fútbol y la copla los domingo.

Tuve la suerte de ejercitarme en un periodismo callejero, en el de las barras de los bares contra la madrugada cuando con unas copas de más te cantaban hasta la Traviata los tiburones de la noche que de día buceaban entre secretos y despachos. De ejercitarme en un periodismo libre y creativo donde podían ser portada los niños bañándose en Los Pelambres o jugando en el bosque de Valorio, la poesía de lo cotidiano, sin las prisas locas por ser los primeros en dar algo, lo que sea, pero los primeros, ahora que la voracidad de internet, el instante, manda.

Tuve la suerte de ejercitarme en un periodismo en el que acudías a despachos institucionales y no existía la cita previa, la criba previa, o te llamaban por teléfono al cuarto de hora sin necesidad de pasar por asesores, gabinetes, consejeros y adláteres que deciden qué es noticia y qué no o que se permiten sugerir titulares cuando quienes tienen delante les sacan muchas horas de vuelo, recorrido y conocimiento de la profesión. Marca España en toda España. Vuelva usted mañana.

Recientemente pasaron Pedro Sánchez y Soraya Sáenz de Santamaría por Zamora. Ni el uno ni la otra se dignaron en mantener un breve encuentro con la prensa. Vinieron con su discurso preparado para que devotos y militantes escuchasen lo que querían oir. No para escuchar ni responder las preguntas que quiere saber el ciudadano, las que circulan en la calle. Sin preguntas no hay periodismo. Pero vaya usted a preguntarle a una pantalla de plasma. Directrices de arriba.

Tuve la suerte de no tener la percepción de que la publicidad era un pago a cambio de la prestación  de servicios; que la palabra era libre e independiente, sin servidumbres en las que los primeros que se prostituyeron fueron los más grandes, los eternamente posicionados de la prensa nacional. Esos que no tienen problema para llegar a final de mes. Sí, esos que cobran aún cifras de muchos ceros y critican la precariedad laboral cuando sus programas radiofónicos o sus redacciones están llenas de becarios con miserias o de periodistas con el culo en el aire, hoy sí y mañana quién sabe. Periodistas que, cuando haya que recortar, "bye-bye my friend" y a la puta calle. Uno más.

Periodistas que en un intento de buscarnos los garbanzos intentamos ejercer la profesión en medios digitales que nos inventamos donde nuestra única recompensa son las cifras de los lectores, a los que ofrecemos un inmenso trabajo que no se ve de forma gratuita, que nunca se corresponden con el apoyo de empresas y entidades y que de pronto nos vemos reconvertidos en maestrillos de nada y expertos de todo porque no queda otra. Maldito parné.

Tuve la suerte de ejercitarme en un periodismo en el que el talento y la experiencia servían para algo, en el que éramos algo más que números susceptibles de ser sustituidos por becarios porque entre dos o tres hacen el total de un veterano de guerra, y eso si tienen la suerte de ser pagados en un país donde la desvergüenza y la precariedad laboral es tal que se publican "ofertas" de trabajo sin remunerar como la oportunidad de tu vida para darte a conocer. Capullos. Usura y explotación consentida. Ofertas que unos, aburridos, aceptan por la pura vanidad de ver su nombre impreso a cambio de una entrada para los toros o para el fútbol y que otros aceptan por no volverse locos en casa y no hacer nada, porque lo único que saben hacer es ser periodistas y prefieren seguir haciéndolo aunque no cobren. No seré yo quien les juzgue.

Este es el periodismo que tenemos, el que denunciamos. El de miles de parados y medios cerrados. El de sueldos indignos y becarios asumiento las funciones de expertos. Este, y no el de las series americanas donde todos van en coches de lujo y disponen de miles de dólares para embarcarse en investigaciones de ciencia ficción. Este es el periodismo que miles de chavales acuden a estudiar a las facultades llenos de ilusión, aunque la vocación se les vaya quedando por el camino y queden para 'copia y pega' frente al ordenador sin desgastar suela en las calles. Aquella vieja escuela que fueron El Correo y tantos y tantos periódicos son ya historia.

Periodismo de trinchera. Periodismo de guerra, de sálvese el que pueda, cuando los compañeros se convierten en el enemigo a ver quién salva el culo antes mientras empresarios sin escrúpulos engañan a la gente, pagan cuando quieren, abren y cierran medios como quien sube y baja una persiana y dejan unas lindas listas de profesionales a la espera del socorro del FOGASA.

Periodismo de trinchera porque en las ciudades pequeñas la crítica, aunque sea fundamentada y educada y objetiva, sólo se entiende como un "estás conmigo o estás contra mí". Y el que esté a la contra, deja de estar, no existe. Esto es la guerra.

Periodismo de trinchera porque en las provincias, en las ciudades pequeñas, lo personal se lleva a lo profesional. Las facultades escupen cahorros instruidos a la espera de las notas oficiales, los comunicados, los intermediarios. No pueden, no deben intentarlo por su cuenta. Todo tamizado y bien pasado por el chino, sin grumos.

Hoy es el Día de la Libertad de Prensa. No me he puesto pegatinas en el perfil de Twitter o de Facebook. Yo lo llevo grabado a fuego con dolor, impotencia y rabia, porque una de las mejores profesionales con la que he trabajado -pluma y mente privilegiadas- anda vendiendo cremas de Mary Kay; otra ha estado seis años en el paro y está poco menos que de becaria en un portal anodino. Otro en negro a lo que salga y ni para una cerveza. Porque el más brillante periodista taurino que he conocido -víctima como yo misma lo fui de unos empresarios tramposos que engañan sistemáticamente a otros periodistas repitiendo  el esquema del impago, sin que la Ley les meta mano- se dedica a vender teléfonos a media jornada o se queda los lunes al sol. Prefieren estar fuera de la profesión dando un ejemplo de dignidad, aunque de la dignidad no se come. Porque quien fue jefe de sección en un medio nacional pone copas en una terraza de Serrano. Y luego a algunos gurús de la comunicación con sueldos millonarios se les llena la boca hablando de dignidad. Qué sabrán ellos de la dignidad de miles de periodistas que no pueden ejercer su profesión precisamente por eso: por dignidad.

Esta va por vosotros, por nosotros. Por todos. Por todos los que nos partimos la cara cada día intentando sacar nuestros medios adelante, mejor o peor. Multiplicándonos, dividiéndonos, haciendo malabarismos sin horas. Para vosotros, compañeros de las emisoras que se han quedado como un solar; para todos los digitales que luchamos y convivimos, que nadamos para no irnos al fondo. Para todos los que nos hemos convertido en "hombres y mujeres orquestas" y tocamos todos los palos para seguir respirando. Para todos los que estáis en casa esperando la resolución del FOGASA. Para los eternos becarios. Para los que salís de la facultad y no conoceréis una tarde de tabacorro, un cierre contra la madrugada, las linotipias, la copla en la radio, la copa en la barra de un mar. El periodismo de verdad, canalla y de cercanías. El periodismo en libertad.

Gracias a todos por dignificar el periodismo de provincias. El más ingrato, el más difícil. Este periodismo de trincheras que a mis ojos os convierte en héroes.

 

(Para TODOS los que me habéis acompañado desde mis inicios en la aventura del periodismo. Amigos y no amigos, compañeros, competencia, Asociación de la Prensa de Zamora. Con unos aprendí a ser mejor, con otros a ser más fuerte. Con todos que el periodismo es una vocación y somos un extraño reducto en un mundo que tiende a aniquilarnos)

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