jueves. 28.03.2024

La noche que me encomendé a Nacho Vegas

Sala Berlín.

Todavía no habían germinado las redes sociales tal y como las conocemos hoy, así que debíamos conformarnos con los foros o el Messenger como herramientas en Internet. Facebook no te avisaba de los eventos y las excusas para justificar tu ausencia en cualquier acto no necesitaban de tantas coartadas. El No me enteré, si venía acompañado de una disculpa, nos servía. Nos conformábamos con poco.

Que eran otros tiempos es una obviedad. Que Zuckerberg ha cambiado para siempre la manera de comunicarnos, también. Escuchaba discos en un compact disc portátil que pesaba un quintal, un aparatito del demonio que se alimentaba de pilas alcalinas y al que las baterías recargables no le terminaban de saciar. Por eso no avanzaba las canciones y escuchaba los discos completos, algo que desde la irrupción del MP3 no he vuelto a hacer.

Aquella mañana, camino de la universidad, una canción se me clavó. Una canción triste. Una composición básica, cargada de poesía, de emoción. Su autor: Nacho Vegas. Un músico asturiano por entonces desconocido y que yo acababa de descubrir pocos días antes. El hombre que casi conoció a Michi Panero se convirtió en una de esas canciones que sabes, desde el primer momento, que te acompañarán de por vida.

De vuelta a zeta, camino a casa, me encontré con un tipo que se parecía mucho a Nacho Vegas. La misma melena. Las ojeras profundas y tangibles. Había visto fotos en Internet y algún vídeo pixelado en Youtube. Era él. Estaba convencido de que era él, pero ¿qué coño hacía Nacho Vegas en mi ciudad? ¿qué podía traer hasta aquí a un tipo como él, llamado para liderar a la siguiente generación del pop nacional?

Boris. La respuesta es Boris. El propietario e ideólogo de la Sala Berlín había contratado a Nacho Vegas para tocar en su local. Era un día de diario. Llovía. Era la noche perfecta para la decadente y hortera puesta en escena de un músico alternativo –etiqueta- que se presentaba en solitario para cuatro freaks de la música underground y residentes en zeta. Boris sabía a quién contrataba. Su ojo para descubrir bandas es infalible y su fiabilidad para la sorpresa, prácticamente absoluta.

Nacho Vegas nos deleitó con un puñado de sus canciones, la última, el fin de fiesta, El hombre que casi conoció a Michi Panero, me conmovió. Era la primera vez que visitaba la Sala Berlín para disfrutar de un concierto y aprendí, entre otras cosas, que zeta tenía su propio discurso cultural, más allá de las galas patrocinadas por el Ayuntamiento, más allá de las subvenciones o los reportajes de prensa.

Nunca más hemos podido ver a Nacho Vegas en zeta. Nadie le propuso un escenario y unas cervezas aquí y, sin embargo, llegó a la cima que pretendía cuando empezó a escribir poemas que se convertirían en canciones y, más tarde, en himnos. Boris no pudo volver a traerlo, una lástima para sus fans, pero a cambio nos mostró decenas de bandas y proyectos musicales, nacionales e internacionales, que algún día ocuparán el sitio, hoy profesional e institucionalizado, del que ahora disfruta –merecidamente- el genial músico asturiano.

David Refoyo
perdicioncity.blogspot.com
@drefoyo

La noche que me encomendé a Nacho Vegas
Comentarios