viernes. 29.03.2024

Carta a Leo

No ha sido casualidad, no, que la foto elegida hoy para ilustrar la noticia de la muerte de Ángel Bariego sea una en la que se le ve abrazado, agarrado de la mano de Leo, su mujer y madre de sus hijos, su eterna compañera en la vida. Así, sonriendo, siempre juntos, mano con mano, hombro con hombro, los quiero recordar siempre. Vivos, felices, bailando, celebrando la vida compartida y tanto amor. Porque él ha sido, es, vida. Ellos son la vida.

Poco o muy poco queda por escribir de Ángel, que hoy se nos iba del todo, aunque hace tiempo que empezó a marcharse, poquito a poco. Entonces Leo intensificó su amor y sus cuidados, multiplicó su tiempo, sus días y sus noches y disparó sus cinco sentidos para ser también sus ojos y su memoria, sus oídos, su voz al oído, su bastón, su abrigo, su enfermera y su calma.

Había ya tristeza, mucha tristeza, en los ojos infinitamente azules de Leo, que han alumbrado como dos estrellas una vida en común, tantas cosas, tanta lucha, tanto compromiso, lo bueno y lo malo, la salud y la enfermedad. Tristeza y mucho amor. Mucho. Tanto. Todo. Y también admiración y orgullo, y transparencia y silencios y complicidades. Siempre a su lado; a su lado, nunca un paso por detrás, porque nunca he creído que detrás de un gran hombre haya una gran mujer. Al lado de un hombre grande siempre hay una mujer grande, y Leo ha sido esa mujer única, grande, inmensa, en la vida de Ángel, el bueno y el valiente de Ángel, tan sabio, tan generoso, tan amigo de sus amigos, tan de una pieza, tan de verdad.

Y así será siempre, Leo. Allá donde tú estés estará él y su maravilloso legado, la huella de sus pasos sinceros, su compromiso social, vuestro barrio obrero y luchador, la protesta cívica, la generosidad de su sonrisa, la unión que hace la fuerza, la palabra precisa, la justicia, la paz. Y seguirá celebrando en tus ojos azules, latiendo vivo en tu corazón con su mano en tus manos, en los hijos que pusísteis en el mundo, en el pequeñajo que crece como un árbol que hunde sus raíces en una tierra fértil y segura, en unos cimientos excavados desde el amor y el respeto, desde la tolerancia y la curiosidad por todas las cosas. Siempre juntos, siempre una sola cosa.

Y estas palabras, que son para Ángel, son para ti, Leo, porque para mí siempre habéis sido y siempre seréis un todo indivisible, el ensamblaje perfecto, el amor y la calma. Y ahora, mientras Ángel vuela, comienza a despertarse sin tú saberlo eterno, alegre, ya sin dolor y sin enfermedad, en tu corazón rebelde de águeda lazarina, de mujer de una sola pieza, de madre y de abuela, en tu hablar claro y esa sonrisa que tarde o temprano vencerá a todas las muertes. Yo os espero en mi casa el día de la Resurrección. Y sentirás su mano en tu mano, sus ojos en tus ojos transparentes, una estrella que te ilumine entera por dentro. Y bailarás con él cuando llegue la noche y cierres los ojos y venga el sueño.

Te quiero, Leo. Os quiero, Ángel y Leo.

Carta a Leo
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