viernes. 29.03.2024

Vosotros sois el premio

Lili junto a su mujer, Maruja; al fondo su hijo Toño y su nieto Antonio (Foto: Rafa Pedrero)

"Ahora Lili es el maestro. El único que queda, el más joven de aquella generación de venerables que dejaron su sello indeleble en la Semana Santa en los años más difíciles, más duros".

Lili era un chavalín de catorce años cuando empezó a cargar en el "Cinco de Copas" y en la Virgen de los Clavos, la Virgen donde cargaba su padre, Virgilio, mi abuelo; la Virgen en la que había cargado su abuelo, Antonio, mi bisabuelo. Eran años en los que no había listas de espera; los años duros en los que muchos de los pasos tuvieron que pasarse a las ruedas porque faltaban hombros para llevarlos por las calles.

Eran los años de postguerra en que no había dinero para las túnicas ni para los recibos; años en los que los cargadores, por no tener, no tenían la dignidad como tales, ni número en las listas ni mayordomía. Años en que las espaldas estaban curtidas de llevar y traer, de ayudar en casa.

Quienes se acercan ahora a la Semana Santa piensan que en el principio, hace apenas cincuenta, sesenta años, todo estaba como hoy les ha llegado a las manos. No saben que había madrugadas en las que había que salir a los pueblos a buscar un cura para presidir el sermón y la procesión de la Madrugada porque un clero que no entendía estas cosas no quería saber nada de las procesiones del populacho; no saben que había que llamar puerta por puerta a los amigos y reclutarlos para poder llevar a los pasos a hombros, para que Zamora no renunciase a una de sus señas de identidad más sagradas, la de la carga. No saben que hubo que defender en asambleas y ante las directivas los derechos y la dignidad de los cargadores como un cofrade más, con un medallón que ni siquiera tenían. Eran hermanos de segunda división.banzo6

No saben que cuando uno fallaba en la procesión del Santo Entierro, la de la túnica cara y elegante de terciopelo negro, había que buscar un sustituto para que hubiese suficientes cofrades en las filas entre paso y paso, que había que soltar las colas de las túnicas de La Congregación para rellenar las filas que hoy engrosan miles de cofrades; que cuando iban dentro de los pasos y veían a un amigo en las aceras se salían a engancharlo para que les reforzase algún tramo de procesión.

Todo esto y muchas más cosas más las he escuchado por boca de mi tío Lili; vividas, hechas por quien era entonces un muchacho que tiraba como un jabato del negocio familiar con su madre y sus hermanos como una piña en "La Golondrina". Un chaval que solo dejaba el trabajo para defender con toda su energía la tradición, la devoción que el pueblo lleva sobre los hombros. Una tradición que ha sabido después transmitir a los que hemos venido detrás, a los centenares de hijos que ha criado bajo los pasos, abrazados a la madera, creando una escuela inconfundible en la calle cuando pasa la Virgen de la Esperanza o la de los Clavos con una cadencia y una elegancia que cantan su sello, su exigencia, su genio y también su ternura a la hora de guiarlas por las calles. 

De todo ello han pasado setenta años. Ahora Lili es el maestro. El único que queda, el más joven de aquella generación irrepetible de venerables que dejaron su sello indeleble en la Semana Santa en los años más difíciles, más duros. Con sus aciertos y con sus errores, con sus diferentes maneras de concebir una Semana Santa que nos entregaron en todo su esplendor. Con máximo cariño y respeto entre ellos aunque estuviesen en las Antípodas en su visión, unos mística y espiritual, otros popular y a golpes de corazón, pero todos con una inmensa dedicación y verdad en lo que hacían a cambio de nada. Gente dura para años duros con muchas más luces que sombras que supieron transmitir el legado recibido a la vez de sus mayores. Ahora algunos los llaman caciques. Yo los admiro, los recuerdo con profundo cariño desde el corazón, la sangre y la suerte de haberlos disfrutado desde niña.

La Casa de Zamora en Madrid otorgaba hoy el Premio Banzo a la saga de cargadores de Lili representada en su hijo Toño y en su nieto Antonio. Una saga que, ahora sí, representa a tantas generaciones que se dan la mano bajo los banzos; ahora que no hay que tirar de conocidos ni partirse el lomo desdoblándose porque no había gente para sacar las imágenes de devoción sobre los hombros. Ahora que lucir el pañuelo blanco de cargador es un orgullo.

Maruja, mi tía, subía hoy al escenario por primera vez. Ella siempre ha preferido la sombra. La mujer sabia, callada y paciente que siempre ha estado al lado, nunca detrás, de ese adolescente que hoy luce un pelo blanco e inmaculado como el de mi abuela, la señora Carmen, de ese maestro que primero fue aprendiz y que siempre ha sido un guerrero, unas veces de causas perdidas y otras de bien ganadas que hoy son nuestra seña de identidad. No, no se mantuvieron solas. Hicieron falta Lilis y Marcelinos, y Ricardos, y Dionisios, y Macarios y Felipes y Villalbas y Atilanos y Calderones para que nosotros conociésemos la Semana Santa tal y como es hoy. Somos nosotros los que no estamos a la altura de su inmenso legado, que ni conocemos ni respetamos.

Vuestro abrazo, Maruja y Lili, tantos años de amor, tanta vida; vuestras miradas de novios eternos, la escuela de puertas abiertas que hemos vivido en vuestro círculo de amor, es el mejor premio para quien un día también desafió el antiguo orden y honró a los de su sangre bajo un paso, como siempre se había hecho en casa. Alguna bronca me costó, pero se impuso el abrazo. Ya solo era un cargador más entre cargadores.

Con tu pasión indomable, con ese caracter de montaña rusa que tenemos los Aries, con la fuerza con que defiendes las cosas en las que crees, el premio, mi premio, eres tú, Lili. El premio, nuestro premio, ha sido criarnos a tu sombra y luego volar para ser cada uno lo que hemos querido ser, para defender incluso cosas opuestas, pero siempre con los cimientos de tu legado como tierra donde hundir nuestras raíces, lo que somos, lo que creemos.

Y hoy, que no puedo estar a vuestro lado, es el día de nombraros en voz alta y daros las gracias por ser parte mía, por todo el camino andado. Vosotros sois mi premio. Os quiero.

Vosotros sois el premio
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