viernes. 19.04.2024

Un casco viejo que clama por su vida

Otra de las casas apuntaladas en la Rúa de los Notarios junto a la que ahora amenaza ruina (Foto: F.Colmenero)

"El problema no son las procesiones; el problema es que nuestro casco, nuestro tesoro, se muere. Algo impensable en una ciudad que presume de ser la que más románico conserva de toda Europa".

Que nadie se rasgue las vestiduras y que nadie intente sacarle rédito político a la amenaza de ruina de una casa en la Rúa de los Notarios, en pleno casco histórico de la ciudad y conviertan este asunto en un "y tú más" sin poner de una vez soluciones sobre la mesa. Ni Guarido ni su equipo son el toro que mató a Manolete (solo les ha tocado); ni el peligro de derrumbe de una casa en la zona es una sorpresa. La situación de abandono y desidia del casco histórico, una de las joyas de la ciudad, no es nueva ni desconocida para los zamoranos.

La proliferación de solares y de fachadas apuntañadas en el casco y el deterioro de sus casas abandonadas es una evidencia que desde hace años denunciamos los vecinos de la zona y que cualquier paseante puede constatar, a pesar de tratarse de una de las zonas que más turismo atrae de la ciudad. Unos vecinos que, unidos en el último año con hosteleros y comerciantes del casco, intentamos hacer fuerza ante la instituciones para poner en valor la zona más atractiva de la ciudad y revitalizarla. Sin intereses políticos y sin siglas, sin otro interés que resucitar una joya que en su día aspiraba a ser reconocida por la UNESCO.

Han tenido que ser unos cuantos aguaceros y la cercanía de la Semana Santa los que evidencien la situación del casco histórico. Hoy centenares, miles de zamoranos se han echado las manos a la cabeza porque seis procesiones han de modificar sus itinerarios, algo puntual, cuando debieran echárselas todos los días si se dan una vuelta por la zona. El problema no son las procesiones; el problema es que nuestro casco, nuestro tesoro, se muere. Algo impensable en una ciudad que puede presumir de ser la que más románico conserva de toda Europa.

El abandono del casco es una realidad de cada día y desde hace muchos años, sin un plan de mantenimiento y supervisión periódica de los edificios catalogados y protegidos. Un problema que comienza con las propias leyes del país, de la Comunidad y locales, que en nada ayudan ni favorecen a quien mantiene o rehabilita un edificio histórico y además lo grava con un IBI de forma brutal. Un problema que favorece la no aplicación de la ley, que permite expropiaciones a los propietarios que no mantengan sus edificios protegidos en perfecto estado.

Un problema de desidia al no articular una legislación especial que agilice licencias de obras y aperturas y ofrezca algún tipo de aliciente a los valientes que decidan instalarse en el casco, una zona a ninguna parte en la que en invierno a partir de las seis de la tarde es casi un milagro cruzarte con alguien por la calle. Sé de lo que hablo, lo vivo cada día.

Mataron El Castillo al llevarse la Escuela de Idiomas y la de Artes y Oficios a edificios enclavados en la zona moderna y con ello a la gente joven que paseaba por la zona; se llevaron también las Galas de San Pedro que llenaban de vida y fiesta las noches de junio; mataron la posibilidad de atraer nuevos turistas con la construcción del Consejo Consultivo en un inmueble donde bien podría haberse ubicado el Museo Baltasar Lobo y el dedicado a los artistas contemporáneos zamoranos, algo tan prometido como improbable, mientras el tiempo corre y los dejamos morirse sin un triste reconocimiento en vida.

Si la gente no viene al casco, si las instituciones no traen servicios ni alicientes, es difícil que puedan implantar negocios en la zona; nadie en su sano juicio lo haría. Algunos lo hicieron y fracasaron en el intento, sin accesibilidad con vehículos y con todo tipo de trabas burocráticas a la hora de echarlos a andar. Aunque algunos piensen lo contrario, ni la hostelería ni el comercio de la zona pueden vivir solo de la Semana Santa, de las cinco tardes en que las procesiones bajan a la Catedral, ni de cuatro noches de veranos culturales que dejan dos duros en las terrazas.

Precios abusivos en los solares como si fuesen la Milla de Oro marbellí; presupuestos desorbitados en las rehabilitaciones y un voraz instinto recaudador echarían para atrás a cualquier comprador, además de las exigentes normas de Patrimonio que, si bien garantizan una armonía y un criterio muy acertado en la zona, no pueden ir en contra de su normal desarrollo.

La amenaza de ruina del edificio de la Rúa de los Notarios hace visibles los problemas del casco histórico, que van mucho más allá de que seis cofradías tengan que bordear la calle para llegar a la Catedral y que el Ayuntamiento, con la ley en la mano y sea del signo que sea, no puede abordar con una simple orden de derribo por la condición especial del casco, que obliga a la conservación de las fachadas por su volumetría y a los propietarios a su mantenimiento.

La lluvia, el viento y el paso del tiempo han hecho visible un problema que va más allá de la Semana Santa y que debiera preocupar a los zamoranos, ya que se trata del principal atractivo turístico de la ciudad. El casco histórico se muere. Y eso sí que es para echarnos las manos a la cabeza. Si no fuese Semana Santa, solo hablaríamos de una casa más que tiene ser apuntalada como tantas, de una fachada pasto de pintadas y eternas vallas y vigas para sostenerla en pie. Una más.

Dejen de pelear por quién fue antes, si la gallina o el huevo, y pongan sobre la mesa soluciones, no parches, para que los vecinos del casco dejen de ser ciudadanos de segunda. Y háganlo sin réditos políticos, sin acusaciones, sin el discurso absurdo del "y tú más". Háganlo por sentido común. Háganlo solo porque Zamora ni los zamoranos merecemos que nuestro precioso casco histórico agonice.

Un casco viejo que clama por su vida
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