La veremos esta tarde por las calles con su Niño en brazos, con el calor de julio por testigo y la devoción secular que los vecinos del casco antiguo renovamos cada año a sus pies. Es la Virgen del Carmen, la Virgen de mi barrio, puente que une las orillas del mundo, de mi vida, nuestro río Duradero con las aguas atlánticas, cantes de ida y vuelta, la tierra con el mar.
Estrella de los mares, Virgen marinera que surca como un navío de tierra adentro cada 16 de julio las calles que nos han visto crecer a tantos zamoranos desde el silencio de la pequeña iglesia de San Isidoro al bulllicio de las ventanas y miradores que la esperan, porque es esperanza, vida y dulzura, porque es la Madre de Dios y así nos lo enseñaron desde niños y así aprendimos a quererla.
Como un juego de palabras que se repite cada año: Carmen, carmín, beso, caricia. La vida, el milagro, la fe que no se esconde, que se proclama en las calles, porque rezar no puede ser malo, porque rezar es querer estar más cerca de Dios, más cerca del milagro, de la alegría de vivir. Creo. Espero.
La sonrisa de mi abuela Carmen al otro lado de la vida, tantas celebraciones a las espaldas, tantos silencios cerca de Ella, que siempre está, que siempre escucha.
Nuestra Virgen en pie sobre el verano, patrona de los miles de navíos que de cuando en vez no sabemos dónde ir, dónde atracar, qué puerto nos espera en la vida, qué estrella nos guiará en las noches sin luna, cuando aprieta la oscuridad y el miedo y nos sentimos pequeños como barquitos faenando en la inmensidad del océano.
Así hoy, así cada 16 de julio cuando parece que el sol se vuelca en fuego sobre nuestras cabezas y la Virgen del Carmen se convierte en un puente entre todas las orillas del mundo, de la vida. Virgen marinera en el puerto seco del Duero, Virgen del surco y de la tierra, del campo y del cereal.
Salve, vida, dulzura, esperanza. Esperanza siempre. Salve.