jueves. 25.04.2024

Una corona de siglos

La Virgen de las Angustias ya espera que sus veintisiete cargadores la lleven a la Catedral a por su corona. (Foto: Pablo Jiménez)

Veintisiete cargadores, veintisiete corazones, llevarán sobre sus hombros el amor de toda la ciudad.

Será hoy. La Virgen de las Angustias espera ya como una novia casadera a que sus veintisiete hermanos de paso la lleven por las calles hacia la Catedral a por su corona de Reina, que será puesta sobre su cabeza mañana. Una corona que los zamoranos le hemos otorgado cincelada a lo largo de los siglos, otorgándole el mejor título, el más real, el que más nos mueve: Nuestra Madre.

Seis siglos contemplan su paso por las calles con el Hijo muerto en el regazo, abrazándolo, intentando devolverlo a la vida. Así la vemos en su capilla de San Vicente; así la acompañamos cada Viernes Santo, cuando cae la noche, con siete espadas invisibles traspasando su pecho y la cruz en pie a sus espaldas, símbolo de la promesa y de la victoria.

Veintisiete cargadores llevarán el corazón de toda la ciudadSerá hoy. Veintisiete cargadores, veintisiete corazones, llevarán sobre sus hombros el amor de toda una ciudad. Veintisiete hombres mecerán por las calles a la Virgen hasta la Catedral como quien porta un tesoro, los latidos de miles de cofrades y de devotos que continuamos una cadena de siglos a sus pies. Veintisiete cargadores que mañana la devolverán amorosamente a su casa en San Vicente, donde Zamora la honra todo el año desde el silencio y el rezo. Vuestro es el privilegio, vuestros la responsabilidad y el orgullo.

Y ahí, junto a Ella, estarán las madres, las hijas, los padres, los hombres, las mujeres, sus cofrades, sus devotos, los zamoranos que a través de los tiempos le rezaron y la acompañaron en el dolor por el Hijo Muerto, en la esperanza hacia la Resurrección.

Será hoy. Nuestra Madre saldrá a las calles en busca de una corona que ya tiene, porque no necesita más corona que la propia historia de esta ciudad, que ciñe sus sienes como una diadema luminosa, que nunca se apaga. Tantos besos, tantísimo amor. Por todas las madres que perdieron a sus hijos, por las madres de la hambruna, de la guerra, de la libertad, de las injusticias, de los desahucios, de los perseguidos. Por todos los padres. Por todos los hijos.

Será hoy, en la víspera del día grande de su coronación canónica. Nuestra Madre se alzará como una bandera del amor en nuestras calles, la mano en alto, el mundo sobre sus rodillas, la vida. Estaremos a su lado como tantas veces, con la medalla de cordón blanco y negro sobre el pecho y la emoción a flor de piel. Estaremos; estaréis todos.

(Foto: Pablo Jiménez)Estarás tú, Vicente, que tanto hubieras disfrutado llevándola sobre los hombros y contándoselo después a los zamoranos en El Correo. Y Felipe, que tantos años la guió por las calles. Y Felipe Rodríguez y Trinuca, y Miguel Riesco, y los Prieto, los Cacho, los Peláez, los Crespo Rubio, los López Arias, las Seiru-lo, Miloncho, los Eguaras, esas sagas que han ido encendiendo la llama de la devoción generación tras generación, escuelas de amor en familia a la Virgen de las Angustias.

Todo esto lo llevaréis vosotros sobre los hombros, veintisiete almas, como me lo cuenta con el corazón acelerado mi amigo José Luis, con la música de Pedro y de Jaime, que sienten bajo la madera, bajo su manto, la cadencia del paso de la Virgen, sus latidos, su dolor.

Estará nuestra querida Lola Reyna, y Yolanda que hace de cada texto en Facebook un poema y una oración. Estará don Jerónimo haciendo resonar el órgano por celestiales como tantas veces lo hizo cuando retornábamos a San Vicente y entonábamos la Salve en el interior del templo y la esperaba don Gregorio y después don José. Estarán los que viven lejos, los que juntaron versos en su nombre, los enfermos, el joven bordador que tejió puntadas hasta su último aliento y todos los que hoy y mañana no puedan acompañarla pero siempre están cerca, siempre ahí.

Estarán sus cofrades, sus devotos, tantos rostros iluminados a la luz de las velas el Viernes Santo con el cansancio reflejado en los ojos, tantas lágrimas de emoción, tantas plegarias y acciones de gracias. Mis amigas, las que siempre la llevan con ellas: Alicia, Teresa, Ana Sastre, Asun. Su Virgen de siempre. Mis amigos. Víctor, Alejandro, Javier, Ricardo. Mis Javieres, que cincelaron para su cabeza una corona, que rezan a mi lado y me acompañan en la travesía de la vida.

Estarán. Estaremos. Los parroquianos que entran, rezan, te besan con los ojos y se van. Los que dejaron sus alianzas o pequeños objetos de gran valor en su corazón para que sean un destello en tu corona. Los niños que se estrenan de cofrades a tu lado. Los directivos de antes y los de ahora; las manos que amorosas colocan puntillas y alfileres para que salgas aún más Guapa a las calles; todos los que han trabajado en la sombra para que Zamora pueda contemplarte hoy y mañana, Reina y Madre Coronada. Nuestra Madre. Nuestra Niña siempre.

Estarán. Estaremos. Y si lloviera, que sea el agua la caricia de Dios sobre nuestras cabezas.

Y Ella nos mirará, nos llamará a cada uno por nuestro nombre porque nos conoce, sabe quiénes somos. Y ahí, en la frontera inabarcable de sus brazos, descubriremos como si por primera vez fuera el amor. Nuestra Madre.

(A Isabel, presidenta y amiga; a José Luis, Alfonso, Iosu, Antonio, Pablo, Jose y los veintisiete hermanos de paso que hoy tendrán el privilegio y orgullo de llevarla por las calles a por su corona. A Vicente, que tanto la quiso, que tanto quise. A mi tía Lita y a mi madre, que me enseñaron a quererla desde niña).

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