viernes. 29.03.2024

Lazos rojos

Los más agoreros dijeron que era un castigo divino, que aquella nueva enfernedad venida de África solo se fijaba en los homosexuales, en los negros, en los drogadictos y en las prostitutas; que se posaba allá donde había "vicio". Su Dios, que nunca podría ser el mío ni el de quienes creemos en el Dios del amor, no tenía mejores cosas que hacer por lo visto.

Pero luego empezaron a sumarse casos y más casos de personas que no encajaban en los parámetros del castigo divino mientras la Medicina se enfrentaba a la gran plaga de finales del siglo XX: el SIDA. La enfermedad terrible, desconocida.

Llegó a Zamora por entonces, hace más de veinte años, el primer caso de un paciente con el virus, un emigrante que había mostrado su deseo de morir en Zamora. Policía en las puertas de la habitación y soledad junto a la cama. Y miedo, mucho miedo alrededor, mientra la sociedad miraba hacia otro lado. Pude colarme en su habitación, sentarme junto a su cama y hablar con él, que ya no podía con su alma. Aquella era la primera vez que yo, jovencísima periodista entonces, miraba a la muerte a la cara. Sus ojos, su miedo, me conmovieron tanto, que le acaricié la mano y renuncié a hacer públicos los detalles de aquel encuentro.

Después vinieron los contagios, las caras conocidas, el goteo de amigos que iban siendo diagnosticados, las jóvenes muertes de aquellos que cayeron víctimas de la falta de precaución, de sus noches locas y sus ganas de vivir. Y vinieron también las visitas al hospital, a aquel pasillo cortito donde los infecciosos eran aislados del resto del mundo. Y convivir, y aprender de ellos, con ellos. Y admirar su valentía y su lucha, el terrible procedimiento de aquel mal para el que comenzaba a abrirse alguna esperanza. Alguno lo logró y aún hoy celebramos la vida. Otros, la mayoría, cayeron por el camino porque la medicina apenas tenía respuesta.

Mucho ha pasado y mucho se ha avanzado desde entonces. Pero cada día primero de diciembre el mundo se coloca un gran lazo rojo en la solapa en el que figuran miles de nombres, miles de luchas, miles de recuerdos, miles de historias que merecen ser recordadas, contadas. Un lazo rojo por la esperanza, por la memoria de quienes no pudieron acceder a los tratamientos que entonces eran pioneros y que han logrado detener la mortalidad, salvar vidas.

Por los que murieron con el estigma de su homosexualidad sin llegar a ver cómo la sociedad asumía el SIDA como una enfermedad maldita que no entiende de moralidad, de sexos, de clases sociales ni de religiones, como todas las enfermedades. Que no nacieron en el siglo XXI para ver cómo los jóvenes de ahora saben, conocen el origen, previenen los riesgos. Por los que aún reclaman mejores políticas sanitarias y educativas para conseguir erradicar esta peste que nos dejó en herencia el siglo XX.

Por ellos, por todos, por los que conviven con la enfermedad, por los niños que vienen hoy mismo al mundo, luzcamos esos lazos rojos si son lazos de igualdad, de investigación, de superación, de prevención, de hacer visible el sufrimiento de los miles de enfermos que existen en el mundo. Por la dignidad, por la libertad de cada individuo, por su derecho a decidir a quién amar. Por la vida. Porque un día dejemos de necesitar lazos rojos, de recordar que aún en el mundo mueren miles de personas.

Porque el 1 de diciembre sea solo eso: el primer día del último mes.

Lazos rojos
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