jueves. 25.04.2024

Algo estamos haciendo mal

El ingreso en el Centro Zambrana del menor presunto asesino de Leticia Rosino solo ha añadido tristeza, y desconcierto, y también indignación, impotencia, a un caso que de por sí ya lo tenía todo para provocarnos todo ello, además del dolor inmenso por la víctima y su familia, a quienes también les han arrebatado la vida a pedradas.

No sé si les ocurre a quienes me leen, pero no dejo de pensar qué está ocurriendo, qué estamos haciendo tan mal para que un joven de 16 años sea capaz de matar con esa crueldad a una esplendorosa mujer que lo tenía todo por delante.

Qué estamos haciendo mal para que un joven de dieciséis años, un adolescente que debería estar despertando a la vida, sea capaz de quitarle la misma vida a una mujer cuyo único delito fue salir a dar un paseo la tarde equivocada.

Algo estamos haciendo mal para que un adolescente de 16 años, poco menos que un criajo, sea capaz de salir al encuentro de su víctima, intentar agredirla sexualmente y después matarla con una violencia que da pavor, sin piedad, sin asomo de compasión, para después inculpar a un tercero, su padre.

No. No es sólo su perfil: hijo de una prostituta que lo abandona de niño y de un pastor, adolescente en el medio rural. Dicen no sé si las malas o las buenas lenguas que ha probado jarabe de palo a base de bien en sus carnes. Desconozco, de ser cierto, si alguien alguna vez lo denunció.

Algo estamos haciendo mal, de arriba a abajo, de abajo a arriba, los servicios sociales, los psicólogos, los educadores, todos nosotros, todos...una sociedad cada día más violenta, más permisiva con el libre acceso al sexo y a la violencia en internet, con violencia y acoso en las aulas estudiantiles de niños y niñas...algo estamos haciendo muy mal para que un chaval de dieciséis años al final sea una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento.

Y no es sólo es presunto asesino de Leticia. Hay psicólogos que afirman que en los institutos críos de catorce años ven normal controlar el teléfono de sus novietas o mangarle una hostia (sí, sé que no debería escribirlo, pero es que en la calle se dice así) si llega el caso. Hijos de nuestra generación, cachorros de las clases medias, urbanitas y con familias perfectamente vertebradas. Nadie está libre.

No sé qué estamos haciendo mal, hombres y mujeres, para que un joven de dieciséis años haya cometido presuntamente esa barbaridad, ese crimen atroz que mantiene a la provincia sin pulso, sin aire, sin palabras.

El presunto culpable es uno y como tal ha de pagar lo que ha hecho, tan terrible que se quedan cortas todas las palabras. Pero no puedo dejar de pensar qué hace mal una sociedad que presume de ser hija de su tiempo y continúa forjando malas bestias que nos matan un poco a todos.

Leticia solo quería vivir, era la alegría, era la vida. No sé qué estamos haciendo tan rematadamente mal para que un chaval de dieciséis años, poco menos que un criajo, aplastase tanto, tantas cosas, bajo una piedra que pesará siempre como una losa en nuestra memoria.

Una piedra que tiene un nombre grabado en sangre, el de Leticia, el último, el inocente e involuntario eslabón de una cadena con muchos pecados de obra y omisión. Una cadena que solo se ha hecho visible cuando la bomba que tenía este adolescente en la cabeza; la bomba de este presunto asesino ha estallado de la forma más terrible, la más violenta, la más cruel: atentando contra la dignidad y la libertad de una mujer, de todas las mujeres y de todos los hombres que queremos vivir en paz, construir juntos. Segando una vida y miles de sueños por cumplir que quedaron destrozados en aquel camino de Castrogonzalo. Ahora en el nombre de Leticia ya solo podemos pedir justicia. Solo eso.

Algo estamos haciendo jodidamente mal.

Algo estamos haciendo mal
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