sábado. 20.04.2024

Zapatos rojos

Verás, niña. Te voy a comprar unos zapatos rojos. Unos zapatitos pequeños como tus pies pequeños que irán creciendo hasta que pises fuerte con unos zapatos rojos de mujer fuerte. Unos zapatitos para que aprendas a ponerte en pie, para que nunca tengas que arrodillarte ni agachar la espalda, para que cuando vengan los malos vientos claves fuerte tus pies, dejes huella en el suelo, sepamos de tu paso por el mundo.

Te voy a comprar unos zapatos rojos para que camines segura y libre por la vida, para que resuenen tus pasos por las calles sin miedo aunque haya anochecido, para que nunca tengas que mirar atrás. Te voy a comprar unos zapatos rojos para que te lleven siempre a donde tú quieras, para que te calces y descalces solo donde tú elijas.

Unos zapatos rojos con los que bailar sobre las baldosas, con los que taconear sobre la tristeza, con los que saltar hasta tocar la luna, leve, ligera, siempre hacia arriba. Unos zapatos rojos para correr hasta alcanzar tus metas, para perseguir tus sueños, para desgastar la suela por la calle del deseo; unos zapatos rojos con los que saltar los obstáculos de la vida como una atleta que entrena para ello desde que vino al mundo.

Te voy a regalar unos zapatos rojos como una amapola que anuncia la primavera, como unos labios que se abren a la vida, como el carmín del primer beso, como un corazón latiendo. Unos zapatos rojos para que alces el vuelo cuando sea tiempo, para que te pongas de puntillas cuando intentes averiguar qué hay más allá de las murallas, para que no dejes de galopar libre como una potrilla, como la novia eterna del verano.

Te voy a regalar unos zapatitos rojos para que aprendas a caminar siguiendo el rastro que pisaron antes que tú las mujeres valientes, las que sortearon zancadillas, las que supieron ponerse en pie y caminar de nuevo cuando caían o las obligaban a caer. Te voy a comprar unos zapatos rojos que conozcan el camino de vuelta a casa, para que abran nuevos caminos a las que no sepan encontrarlo solas.

Ponte tus zapatitos rojos, niña. Ponte esos zapatitos rojos y baja por la Cuesta de Balborraz hacia el río. Y respira la vida y detente y mira los centenares de pares de zapatos rojos que anclaron su paso en esta calle, en esa cuesta que es la vida cuando hasta respirar es una pendiente insalvable, cuando el miedo te oprime el pecho, cuando los golpes se convierten en el metrónomo de tu casa.

Te voy a comprar unos zapatitos rojos para que sean un par de zapatos rojos entre miles de zapatos rojos que caminan por la vida, que resuenan en la alegría como unos zapatos de flamenca sobre un tablao. Para que un día no haya zapatos rojos vacíos, anclados a la tierra y al dolor, presos de nadie. Para que todos los zapatos tengan dueña y todos los zapatos dejen huella por sí mismos, por sí mismas. Para que nadie corte el camino de las mujeres hacia la libertad, hacia la dignidad, hacia los sueños, hasta la luna, ay, ay. Para que ninguna mujer deje de bailar ni de saltar los charcos ni de taconear sobre las baldosas sin perder el ritmo de su vida.

Para que no haya zapatos rojos teñidos de sangre, de violencia, de sinsentidos, de terror doméstico, de humillaciones, de imposiciones. Para que todos los zapatos rojos sean como estas botitas, estos zapatitos pequeños que irán creciendo como una invisible funda sobre tu pequeño pie.

Para que todos los zapatos rojos sean amapolas, labios que se abren a la vida, besos que repiquetean por la tierra cuando una mujer se pone en pie y camina y crece.

Te voy a regalar unos zapatitos rojos, niña.

Zapatos rojos
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