Ha dejado de ser una canción sesentera chapurreada en un inglés carpetovetónico por Raphael; ha dejado de ser la bebida isotónica del verano, el remedio a las gastroenteritis sin piedad. Pero ayer un nombre, Aquarius, se convertía en una canción para mi corazón, en una bebida para la sed del mundo.
Una sed de un mundo que paradójicamente muere ahogado bajo las aguas del Mediterráneo, el que fuera Mare Nostrum, el Mare Mortum, que refleja la vergüenza de un mundo que decidió mirar para otro lado, levantar muros, cerrar las puertas, llorar con hipocresía al pequeño Aylan y a todos los "Aylanes" de una tragedia que convive con una sociedad que hace como que no pasa nada.
De mis años vividos en Cádiz recuerdo con especial horror el naufragio de una patera en Rota con más de 70 personas a bordo. El mar devolvía poco a poco los cadáveres a las playas y los veraneantes apenas se inmutaban cuando aparecía uno. Habían hecho del terror lo habitual, lo cotidiano. Nunca me pareció tan cruel el lobo que esconde el hombre bajo la piel.
Ayer, con la decisión de Pedro Sánchez de dejar arribar al Aquarius a España, de pronto todos nos convertimos en estadistas, en expertos en políticas de Inmigración, en analistas económicos, en augures del cataclismo. Algunos, incluso, me recomendaron que apurase las inyecciones desbocadas para mi desbocada espalda por si se acababan para dárselas "a los negritos". Apreté los puños, apreté los dientes y mastiqué mi furia para no mandar a tomar por culo sin anestesia al susodicho.
No, señores. No. Ante el derecho a la vida, ante la dignidad humana, no hay política ni plan ni religión que prevalezca, ni ideología ni razones que justifiquen la sinrazón de un mundo cuyo arreglo se nos escapa pero que puede ser un poco mejor con un buchito de Aquarius refrescando nuestras conciencias.
No. No han sido los inmigrantes víctimas de su desesperación y de las mafias despiadadas quienes han hundido, quienes nos han robado a manos llenas, quienes han dejado a este país en culo pajarero y tiritando. No han sido las jóvenes madres que se lanzan al agua embarazadas intentando traer a sus hijos a un mundo lejos del horror. No han sido los que huyen de la guerra, de la barbarie, de unas vidas destrozadas sobre las que ya no tenemos el control en un complejo entramado de intereses comerciales, armamentísticos y de todo tipo. No.
A España la han saqueado ladrones de guante blanco con denominación de origen que se han sentado en las instituciones y las han gobernado como si fuesen sus cortijos; ladrones, corruptos y prevaricadores que engañaron a sus votantes, que perdieron por el camino su condición de servidores públicos y se lanzaron como aves de rapiña sobre todos y sobre todo.
A España la han robado miles de cargos llenos de mierda hasta arriba que visten de traje y a los que llamamos de usted, a los que defendemos o les ponemos el culo. La han robado los de las mordidas, los de los maletines, los que han jugado con el pan de los demás con un carné político o una comisión entre los dientes, los que han jugado con el dinero de la Sanidad, de la Educación, de los parados, de los desahuciados, de los sin techo y sin esperanza. No ha habido piedad.
A España la han desangrado los que han convertido lo público en el negocio privado, los que han duplicado administraciones, los miles de dedos sobre dedos, los millones de enchufes que han decidido en un despacho quién puede vivir o quién no, quién puede ser persona y quién un paria en función del ritmo al que bailen el agua. Y esto escribe una paria del periodismo que precisamente por ello hace mucho tiempo que decidió no ser ni política ni correcta.
Por justicia, por amor a Dios, por amor al hombre, por decencia, por dignidad, si estoy equivocada, no me saquen de mi error con estadísticas ni cuadros económicos porque ninguna moneda hay en el mundo más valiosa que la vida de quienes llegarán a España desde el mar, desde la indiferencia, desde un mundo que los ha tratado como a una mercancía de carne sin alma.
Hay un Aquarius para la sed del mundo. Si por cada cargo público que no ha estado a la altura de lo que España esperaba le abriésemos la puerta a una nueva vida, los puertos, las puertas de este país estarían abiertas para muchos Aquarius.
Claro está que no es la solución a un problema mucho más complejo, a un entramado internacional en el que somos un puñetero grano de arena en el desierto. Pero una sola sonrisa, una sola mirada al futuro de cualquier tripulante de Aquarius es un vaso de vida para un mundo que se moría de sed. Y mi corazón bebe, brinda y canta.
Bienvenidos.
(La foto, mangada de internet, es de un bebé nacido a bordo del Aquarius cuyo autor o agencia desconozco. Bienvenido al mundo).