jueves. 28.03.2024

Te quiero, Puchi

..."y así os quiero recordar a todos, en el atrio de la Catedral, esperando al Señor de Zamora..."

Si hay algo jodido para un periodista es tener que escribir de forma aséptica, sin emociones, la muerte de un amigo. Convivimos con ello casi a diario: aviso de accidente, llamada al 112, llamada a Bomberos y a Policía en espera de unos datos, una edad, unas siglas tras las que nunca pensamos en la vida que hay detrás, en el dolor de miles de familias que cada año pierden a alguien en la carretera. En las que nunca pensamos que nos puede tocar tan de cerca que cada palabra es el filo de una navaja hundiéndose en las carnes.

Esta vez te tocó a ti, Puchi. Nuestro Puccini. Y desde que vimos el Volvo rojo empotrado en esa casa de Coreses empezó a latir más deprisa el corazón...¿y si...?...y llamamos y no lo cogías. ¿Y si...?

Después, en unos minutos apenas, supe que sí. Y ahora repaso las notas tomadas esta mañana a toda prisa y maldigo la hora en que tuve que escribirlas, sin saber que tras esas iniciales que aún no tenía había tanta vida, tantos recuerdos mientas crecíamos juntos y la vida nos juntaba o nos alejaba según se diera la cosa, pero siempre con tanto cariño, con tanta amistad, con un hombro dispuesto a sostenernos en los momentos malos.

Ahí, en ese muro de Coreses, quedan empotradas muchas confidencias, muchos sueños que comenzaron a forjarse casi desde la cuna, cuando no levantábamos dos palmos del suelo y ya estábamos cerca; la infancia en los columpios del Bello Lago, a orillas de las aguas de Sanabria; aquellas excursiones con Flecha a por ranas y flores; las sesiones de yoga con Rafael el Mejicano en las sobremesas para hacer la digestión; aquella casita junto a la carretera, en la piedra, rodeada de grandes margaritas; los años de pelar la pava en la Plaza del Gobierno, dándole a la pipa, con Matías, Luisfe, mi hermano Antonio, Fred, Fernando, Manolo, Julio... ahí estáis todos, en esta vieja foto del Silencio que te encantaba, con Ñaca, Álvaro, Pedro Luis...y os estoy viendo así también a todos. Y si cuelgo esta foto es porque a ti te encantaba y porque me encantaría cerrar los ojos y detener ahí el tiempo, en el atrio, esperando al Señor de Zamora, en aquellas Semanas que eran Santas de verdad, despertando a la vida que nunca podía terminarse.

Ahí, contra esos muros, quedan los primeros amores contados en voz baja en las habitaciones familiares del Cuatro Naciones; los fríos ensayos del Coro Sacro, cuando don Jerónimo no te dejaba ni menear; el primer Miserere en Viriato; las primeras copas, las primeras salidas de noche; las tapas de La Calleja, las noches en el Ataka, los muses en el Jalisco...aquella madrugada en que saltamos una tapia y una ventana y me enseñaste a la luz de la linterna un caserón en ruinas que entonces era sólo un sueño que después se llamó Villaclaudia; nuestra pasión gatuna; el amor incondicional por esos dos niños, tu vida, tu orgullo, tu sangre, tu corazón.

En ese muro de Coreses queda escrita en el viento una sonrisa imborrable, tan generosa, tan siempre, tan de verdad; tanta bondad que hoy todos nos pensamos que éramos tus mejores amigos, porque así nos hacías sentir a todos, incluso en épocas de vacas flacas. Y vaya si adelgazamos los dos, Puchi. Vaya tela lo que merma desandar el amor, aunque también de eso hicimos coña y nos levantamos y crecimos. Seguimos creciendo.

En ese muro de Coreses se han hecho añicos miles de cosas, tantas que no caben en esta ventana, en este periódico, en este teclado hoy sin palabras; tantas que duelen tanto que hoy se me hace cuesta arriba ser periodista y escribir sin emociones lo que tanto me emociona, lo que tanto me está haciendo llorar, estas letras que ahora te escribo como si no las escribiera, como si no fuera verdad nada de lo que hoy me ha tocado redactar como tantas veces lo hago: sin emociones, profesional, en busca de unas iniciales. Pero esta vez eras tú y todo eso quedó hecho añicos en un muro de Coreses.

Gracias por tu vida, Puchi. Gracias por ser, por estar, por tu amistad, por tu luz. Y si la cosa vino tan deprisa, regálanos tu alegría desde lo alto. Y a ti, Julia, gracias por ensanchar esa sonrisa inabarcable en los días más difíciles; gracias por abrir de nuevo la ventana del amor y de la vida.

Te quiero, Javier. Siempre.

 

(Os abrazo, José Miguel, Antonio, Carmen, Ángel, Patro y Marga)

 

Te quiero, Puchi
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