viernes. 29.03.2024

Juan Manuel, el hombre bueno, el hombre de Dios

Supongo que para quien tantas veces nos habló de la Vida después de la vida, de la Resurrección después de la muerte, de ese 'hoy' eterno en el Paraíso resultará difícil entender las lágrimas que esta mañana surcaban los rostros de numerosos zamoranos y también de algunos compañeros del clero diocesano, en la despedida emocionada a Juan Manuel Hidalgo, el cura bueno, el hombre bueno, el hombre de Dios.

Juan Manuel era parte del paisaje de mi vida desde la infancia, desde que su voz impresionante, la más hermosa y potente voz de bajo que ha dado esta tierra, resonaba en las bóvedas catedralicias y entre los componentes de Voces de la Tierra, aquel grupo mítico creado por Miguel Manzano. De su mano recibimos mis hermanos y yo la comunión mientras Miguel y Encarna y mi tío Eduardo y otros queridos miembros del grupo cantaban la ceremonia en La Magdalena, cerrada por entonces al culto, donde su inmensa estatura parecía aún más grande y su voz más profunda, si todo lo llenaba, incluso la Plaza de Viriato en la noche del Jueves Santo cuando pasa Cristo muerto.

Por su voz y la de Miguel y la de Fabri, descubrí los primeros acordes gregorianos, la magia de las primitivas antífonas, el eco de las voces sin tiempo. Aquella voz cálida y grave que nos recibía en La Horta cada Martes Santo al anochecer repitiendo los mismos cánticos cada año, que deberían ser inmutables porque eran una especie de ritual para todos los que los repetíamos con el alma en la garganta; aquel 'Venid a Mí' con los solos de Mercedes que nos encogía el corazón envuelto en la blanca túnica, en la misa previa a la procesión de las Siete Palabras cada año. No creo que haya ni un solo cofrade de entonces que no recuerde cada instante de aquellas misas, el más hermoso acto religioso que yo conozco en la Semana Santa de Zamora, tan íntimo, tan emotivo, tan de tú a Tú con el Crucificado. Que yo os aliviaré.

Con la sonrisa ancha y los brazos de par en par y el sempiterno cigarro en la boca, con un tratado de humanidad de casi dos metros de estatura rebosando su gran envergadura, su conversación, su cercanía, su bondad, su implicación, sus pasos por La Horta, el barrio humilde que tanto amó, que fue su casa, donde tanto le han querido.

Hoy estábamos todos allí: sus antiguos compañeros de Voces, unos emocionados Miguel y Fabri, sus cantores y parroquianos de La Horta, los devotos de Las Claras, sus monjitas, sus niños del Patronato, tantos niños que como yo recibieron de sus manos el Cuerpo de Cristo, los mandamientos del Amor hechos carne y hueso, la verdad del Evangelio en el día a día, tanto cariño.

Sé que si de verdad existe un lugar para las almas puras, para los hombres buenos, para los hombres justos, tú ya estás en presencia de Dios, hoy estás ya con Él en el Paraíso.

Supongo que para quien tantas veces nos habló de la Resurrección, que para quien entendía la muerte como la Vida, como el sueño en los brazos del Señor, resultará difícil entender estas lágrimas que hoy se nos escapaban como se me escapan ahora pensando en lo que duele despedirse, dejar volar ya libre del cuerpo y de la tierra a los que amamos.

En nuestro descargo solo puedo decirte, querido Juan Manuel, Juan Manuel bueno, que cuando las puertas de la Catedral se cerraron y tú partías hacia la tierra de Madridanos, tu cuna, que ya es tu sábana para siempre, el cielo se tiñó de gris y se deshizo en una lluvia que no cesa, en la lágrima, en el cántico triste de un triste día de noviembre.

Descansa en Dios, Juan Manuel, tú que tanto has cantado la grandeza de su nombre.

Juan Manuel, el hombre bueno, el hombre de Dios
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