viernes. 29.03.2024

Hay realidades que duelen. Que en pleno siglo XXI aún tengamos sobre la mesa debates de tipo homofóbicos resulta, como algunos pensamos, doloroso. Son muchos los casos de homofobia que nos permiten plantearnos que el concepto de desarrollo pueda ser puesto en tela de juicio. La discriminación por motivos de sexo trae ecos de un pasado que dificulta el progreso hacia otro tipo de sociedad más igualitaria y justa.

Hace no mucho asistimos a uno de estos casos mediáticos que levantan asperezas y destapan la hipocresía de algunos argumentos. Hablamos del caso de Jack Philips, un pastelero de Colorado (EE.UU.) y sus dos clientes, Charlie Graig y David Mullins, una pareja homosexual que quiso contratar sus servicios para la elaboración de un pastel nupcial. El pastelero se negó a llevar a cabo tal encargo arguyendo que algo así atentaba contra sus ideales religiosos. "¡Vaya pastel!" pensará más de uno.
Resulta que, con el tiempo, en este largo proceso que durará entorno a seis años, Philips ha acabado por argumentar que es un artista y que, como tal (y ajustándose a la primera enmienda de la Constitución, la que se refiere a la libertad de expresión) nadie puede obligarlo a crear algo con lo que no comulga. El caso ha ido de bandazo en bandazo llegando al Tribunal Superior de Justicia estadounidense que, por cierto, cuenta con una mayoría conservadora respaldada por el gobierno de Trump.
Donald Trump: Ese gran magnate reconocido por Forbes como la segunda persona más poderosa del planeta con un patrimonio económico que resulta, cuanto menos, abrumador, es desde el 2017 el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Su imperio económico es difícilmente comparable con el de otros titanes, lo que nos sugiere que es un hombre que comprende perfectamente el contexto capitalista donde desarrolla su actividad.

Pues bien. Resulta que, en la intersección entre los argumentos conservadores y los argumentos capitalistas, hallamos una paradoja. El triunfo del capitalismo radica precisamente en su capacidad para colonizar cualquier ámbito de la vida humana y allí perpetuarse. Los ejemplos son muchos y están a la vista: ¿a la gente nos gusta Gustavo Adolfo Bécquer? Encontremos la manera de publicar su obra bajo nuestro sello editorial privado para obtener beneficios. Parte de ese ámbito de la vida humana es el de las creencias religiosas que, en el caso concreto de Philips, reciben un enfoque visiblemente tradicional por el cual el nexo matrimonial entre dos personas del mismo sexo está mal visto.

Cabe aquí detenerse un poco para pensar. ¿Qué es lo que el tal Philips está defendiendo exactamente? ¿Un credo de base tradicional o un argumento homófobo? Pensemos que, como artista, es lícita su justificación, pero –aunque podamos equivocarnos- parece más bien el argumento de un astuto abogado. Cuando alguien abre un negocio, no es inocente pensar que parte de sus intereses son puramente económicos. En la intersección entre los argumentos conservadores y los argumentos capitalistas encontramos, en el caso del pastelero de Colorado, una paradoja. Desde una perspectiva capitalista no tiene mucho sentido negarse a la idea de que los colectivos LGTB pueden suponer un nicho de mercado donde propagar actividades económicas. He aquí la paradoja. Así, desde esta perspectiva, Philips no solo es un reaccionario, sino que, además, es un mal empresario. Como él mismo contó en el USA Today, sus ventas han caído estrepitosamente llevándolo directamente a dejar de aceptar encargos de tartas nupciales en general, lo que cualquiera del gremio no dudará en admitir que es una importante pérdida de ingresos. Esto es, precisamente, entender el ámbito capitalista en su vertiente económica.
Hoy día, la industria gay mueve millones de euros y esto no se nos debe escapar en absoluto. Desde la literatura LGTB, la industria cosmética, la industria textil, la industria turística, industrias dedicadas al ocio y, por supuesto, el porno gay. Ninguno de estos "tiburones empresariales" debe rechazar el mercado gay, puesto que es una fuente de ingresos que a pocos pasa desapercibido. Si el capitalismo ya se ha asentado en algunos aspecto, por cierto, bastante tradicionales como son algunas festividades o ritos sobre la muerte; resulta bastante degradante que en los planos en los que una persona solo tiene una preferencia sexual distinta, no se haga.
Destapemos la hipocresía que radica en las formas de pensar anquilosadas en una tradición religiosa. Si lo que queremos es centrarnos en la economía, debemos eliminar el sesgo anquilosado del pasado y asumir que los distintos colectivos sexuales tienen cabida en todos los ámbitos de la vida de hoy día lo que incluye, cómo no, el ámbito económico. Si de veras existe un desarrollo en el pensamiento del siglo XXI, que se haga visible de una vez por todas. Solo de esa forma podremos sustituir el famoso "Make America great again" por el "Make the world greater than today" .

LGTB y la paradoja conservadora