La Cofradía de Nuestra Madre de las Angustias ha escrito por las calles el epílogo de la Semana Santa de Zamora. Hombres y mujeres de luto o con túnica y caperuz han arropado a Nuestra Madre de las Angustias en la triste noche del Viernes Santo, noche en la que la madre acuna en su regazo al Hijo muerto.
Las esquinas del Barandales y la Banda de cornetas y tambores de la cofradía rompían el silencio de la noche. Una noche en la que la ciudad comienza a recobrar la calma de todos los días, ya en el tramo final de una pasión vivida para ser recordada.
Con su mano en alto y la pena en el rostro nuestra madre ha ejercido esta noche y todas las noches del año de madre de los zamoranos que hoy le devuelven cariño y compañía por las calles. A su paso, por Santa Clara, cantó el Coro Sacro, que después la esperaría en la Plaza con el Stabat Material, ya con la noche muy encima.
Antes de volver a los brazos de la Madre, el Cristo de la Misericordia pasaba por la ciudad conmemorando los 25 años desde que la talla fue incorporada a la procesión del Viernes Santo. Imposible no acordarse a su paso de Miguel Riesco y de Miguel Ángel Cacho, artífices de que la imagen saliese del silencio de la Catedral, quienes ya contemplan a Nuestra Madre cara a cara, tan cerca.
Pequeñita, la Virgen de las Espadas, la Virgencita, Señora de Cuchillos y santa patrona de puñaladas por la espalda (ay, si la Virgen hablara...), mostraba sus manos ya vacías, Dolorosa en la noche del Viernes.
Ha sido una noche fría. Una noche destemplada, de cansancio acumulado. Pero ni el frío ni el cansancio han hecho mella en los más de cuatro mil cofrades que han hecho piña en torno a la Madre, la joven Madre de las Angustias, mecida con mimo por sus cargadores, mientras en el aire sonaba Nuestra Madre, la preciosa partitura de Pedro Hernández Garriga, que era despedida, con la madrugada ya entrada, con el cántico de la Salve en la Plaza Mayor.
Galería de imágenes y vídeos Marcos Vicente, Aroa Colmenero y Pablo Clemente